domingo, 3 de agosto de 2014

Pronto todo...

Harto. Estaba harto de todo y de todos. 

La gente que debería tenerle algo de respeto, o por lo menos tratarle bien, no lo hacía. Solo por amar al que amó. Solo por ser quien era. Solo por buscar la felicidad que nada ni nadie le había dado, ni le daban. 

¿Para qué seguir?, ¿para qué fingir?, ¿fingir que nada ocurría cuando todo iba mal? Lo mismo todos los días. El dolor físico y mental ya era su pan de cada día. Siempre tendría una razón, grande o pequeña, pero la tendría. 

Nadie le respetaba. Ni en su instituto. Nadie le trataba con amor, ni le decía algo amable. Lo más amable que han hecho ha sido algún pequeño empujón para que se apartara. Siempre era el primero en salir. Y cuando estaba fuera, echaba una mirada hacia atrás, y no podía aguantar que alguna lagrima se le cayese. Ojalá ser como ellos. Estar entre ellos. Hablando con ellos. Ser amigo de ellos.

Había días en que el instituto era su lugar de salvación. Su casa, más que un hogar, era el mismo infierno. Peor. Desprecio de su propio padre. Su madre no lo reconocía como suyo propio. Siempre era el último ahí. Peor era cuando venían otros familiares. Era el objeto de burla. De desprecio. 

Durante las navidades ni siquiera estaba presente. Ni recibía regalos. Siempre encerrado en la habitación, metiéndose de lleno en sus libros. O se ponía sus casos y ponía al máximo el volumen de sus canciones preferidas. Pero, a veces, eso no funcionaba.

Todas las noches se acurrucaba en un rincón. Recordaba cuando era un niño de solo siete años.

Jugando en el parque, con sus cuatro abuelos. Comiendo helado con ellos, o unas gominolas de fresa. Eran las únicas personas que, en algún momento de su vida, le habían dado un poco de cariño, aunque sea mínimo. Deseaba reunirse con ellos, pero caía en la cuenta de que ya no estaban. Siempre acababa llorando, aunque resistiera.

Después de llegar a casa, descubrió que no había nadie. Tal vez era el momento de escapar. Tal vez era el momento de huir a otro sitio, y estar allí unos minutos. Desconectar del mundo en el que vivía, aunque solo fuera un minuto.

Tiró la mochila, y salió de casa. No supo si eran las ganas, el impulso, o el deseo de escapar, pero corrió. Corrió. Y siguió corriendo. Solo paró en un árbol. Ya estaba lo suficientemente lejos de casa. Se sentó bajo sus hojas, y miró a su alrededor.

Unas pocas lágrimas comenzaron a caer. No importaba. Era bueno que llorase. Desahógate, sosiégate. Ya está. Ya pasó todo. Todo pasará. Pronto se iría. Pronto cambiará todo. Pronto la gente te tratará mejor. Pronto serás feliz con la persona que ames. Pronto aquellos que te trataron mal te dejarán en paz. Pronto las cosas irán a mejor. Pronto...

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