lunes, 31 de octubre de 2016

En la mente de un asesino

No hará falta que me presente ante usted, pues ya sabe quién soy. Espere, ¿no sabe quién soy?, ¿me he equivocado? Discúlpeme, ha sido un error mío. He sido muy maleducado al suponer que ya me conocía de antes, como si ya tuviera una fama tan grande que sería imposible no identificarme. A veces mi ego me puede. Ruego que me perdone, créame cuando le digo que los británicos somos los más educados del mundo, ¿no cree?

Para compensar este malentendido, me presentaré de la manera más original posible. Puede que, más tarde, pueda reconocerme. Empezaré mostrándole mi querida ciudad, la capital del gran Imperio y del mundo entero: Londres.

Observe estas calles iluminadas con el sol otoñal. Los hombres caminan tranquilamente dirección a sus lugares de trabajo, dejando que las damas disfruten de la tarde del té mientras sus hijos juegan en los parques o en sus casas. El día en West End se llena de vida, de elegancia y de clase. Símbolo de esta zona y de todo nuestro poder es el Big Ben, el gran reloj que marca nuestras horas fugaces.

Si me lo permite, diré que siempre sentí un fuerte rechazo hacia ese reloj, y creo que todos deberíamos sentirlo. Puede que ese reloj nos ayude a nuestra organización y a disfrutar del tiempo, pero para mí representa una fuerte fugacidad de la vida. Cada minuto que nos señala es uno menos que tenemos, y no nos damos cuenta, pero todos los relojes son controlados por la fina mano de la muerte.

Le confiaré un secreto: yo también ayudo a que el reloj fluya y no se pare nunca. No, no soy relojero ni nada de lo que usted está pensando, pero ya le he dado una pequeña pista de mi identidad.

Como le iba diciendo, no sólo el Big Ben, sino todo West End es símbolo del poderío de nuestro Imperio. Aquí mostramos la auténtica cara al mundo. Una ciudad llena de riqueza, de negocio, de avance y de cultura. Londres es nuestro presente. Londres es vuestro futuro.

Claro que, como comprenderá, todo lo que digo roza la utopía. Ya me gustaría a mí que la realidad fuera así, pero no; todo diamante debe pulirse.

Me avergüenza enseñarlo, pero aquí también vive la cloaca de Europa. Mírelos. Son todos vagabundos hambrientos, niños desnutridos, sodomitas, pedófilos; gente sin pasado ni futuro. En el fondo me dan bastante lástima, pues son personas sin aspiraciones. Los niños están condenados a vivir de frío o de hambre, y los que tienen suerte no vivirán más de cuarenta años. Y si lo consiguen, se volverán completamente locos. Lógico, pues yo he experimentado esa locura.

Sin embargo veo una lacra aún mayor que reina en el East End. ¿Lo ve allí? ¿Ve a dos personas, mujer y hombre? No son para nada un matrimonio o una pareja de novios que pasea por estas sucias calles. Es una prostituta prestando su "servicio", si es que acaso lo podemos llamar así. ¿Lo ve? Ahora giran en esa esquina, donde consumarán por un par de peniques.

Lo peor son los hombres de la clase alta que se prestan a ello, aquéllos que daban nombre al Imperio. Caen ante esas mujerzuelas borrachas para recibir algo más que simple placer. Tendrán suerte si no se les cae la cara dentro de diez años por sífilis. Y ya no hablemos de esos que prefieren la compañía masculina en los burdeles de Cleveland's Street…

Reconozco que yo también caí ante ellas. Me trajeron la locura, por culpa de una enfermedad tan incurable que ni yo mismo pude curarla a pesar de mis altos conocimientos; que hizo que se me echasen de mi mundo, vagando ahora por toda la ciudad buscando un lugar en el que vivir. Curioso, porque es aquí, en Whitechapel, donde he hallado mi hogar.

Y es gracias a ello que ahora me siento el rey de este lugar. Soy el único que puede hacer cambiar la vida de estas pobres criaturas, siempre y cuando corte de raíz el problema, la cual se esconde tras esas esquinas.

¿Usted sabe lo que es la sensación de ser como un fantasma la noche de niebla otoñal?

¿Sabe lo que es vigilar cada paso que de una mujer por la calle, eligiendo cuál se sacrificará por el bien común?

¿Sabe lo que es engañarla, seducirla, y arrastrarla al abrazo de la oscuridad?

¿Sabe cómo es el dulce sonido de un grito ahogado por el filo de un cuchillo en el cuello?

¿Sabe lo que es tener el poder en tus manos para manipular un cuerpo y manchar tus manos de sangre?

No conozco el remordimiento. He de aguantar la risa floja y el nerviosismo para no ser descubierto por nadie. Hubo una vez que por poco me pillaron in fraganti, y al no poder terminar el trabajo, otra tuvo que pagar por el error de otro. Siempre que acabo siento una inmensa euforia indescriptible. Tal vez la gente no lo entienda, pero todo lo hago por el bien común…, y el propio.

Oh, disculpe, ¿ya sabe cómo me llamo no? Es bastante inteligente, me ha sorprendido cómo en tan poco tiempo lo ha averiguado. Lógico, ya he revelado alguna información que me identifica. Los hombres y mujeres de su siglo querrán saber mi verdadera identidad, pero ese secreto me lo llevaré al más allá. Sin embargo, sí que puedo confirmarle mi pseudónimo.

Sí, soy yo: Jack el Destripador.

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sábado, 15 de octubre de 2016

Inocente infancia

Cuando paso por esos pasillos de baldosas blancas no puedo evitar recordar aquellos tiempos donde la inocencia era la base de nosotros. Era entrar en clase y querer jugar con todos los compañeros, llevarnos bien, buscar a un amigo y no a un enemigo. Era disfrutar de las matemáticas y de las letras como si de un juego se tratara. Cantar y bailar las notas musicales que de la gaita tan sonora salían. Escuchar cuentos e imaginar que nosotros éramos la bruja malvada, el príncipe azul o la princesa encerrada en la torre. 

Aquellos eran tiempos de pura inocencia, de imaginación, de creatividad y de curiosidad. Es por ello que, muchas veces, cuando veo a los niños que bajan al recreo, me entre un sentimiento de envidia sana. Y cada día no dejo de pensar en esos años.

domingo, 21 de agosto de 2016

La generación "falsa"

Soy de esa generación nacida a finales de los 90'. Una generación que aún no sabe si pertenece a la Y o a la Z. Una generación que ha vivido lo mejor de la infancia de los noventa y el nuevo milenio. Nacimos después de la disolución de la URSS, cuando el mundo comenzaba a vivir una falsa paz e internet había llegado a nosotros. Hemos crecido con los ordenadores, y hemos tenido un móvil ya con once años, luego que nuestros hermanos mayores lo tuvieran con quince y nuestros padres com treinta. Hemos pasado nuestra infancia y adolescencia en medio de una crisis mundial que afecta sobre todo a Occidente, mientras en Oriente aún viven en guerra. Hemos sobrevivido a tres Fin del Mundo y hemos vivido en dos milenios, dos siglos y dos décadas sin cumplir los dieciocho años. Supuestamente nuestra generación es la que cambiará el mundo, la que mejorará la situación, la que iniciará una nueva etapa gloriosa en nuestra historia. Mentira, todo mentira. Pasamos nuestra preadolescencia y adolescencia delante de nuestro smartphone de última generación, alimentando nuestro ego en las redes sociales. O incluso sin ellas porque es demasiado "mainstream". Sólo la ciencia y la tecnología dan dinero y son el avance, olvidando de dónde venimos y nuestro legado. Creemos ser más tolerantes que nuestros mayores cuando nos radicalizamos en el machismo, la homofobia y el racismo; nos seguimos riendo cuando alguien llama puta a una mujer o maricón a un gay, pero defendemos falsamente sus derechos a través de la pantalla. Vivimos independientes al resto, cuando queremos la aceptación de los demás. Tenemos una mente fuerte e independiente y nos dejamos manipular fácilmente. Nos quejamos de las relaciones y amistades tóxicas y disfrutamos manipulando y haciendo bullying al débil de la clase.
No somos la generación que cambiará el mundo; somos la generación que le dará el golpe final.

martes, 2 de agosto de 2016

Aquel loco llamado Rafik

Hubo una vez un simpático mandril me enseñó a mí (y a muchos) que podíamos llegar a ser seres inmortales. Que cuando una persona se va no lo hace para siempre, que siempre está con nosotros. Que un adiós quiere decir un "hasta luego". Que nuestras almas nos conectan con los reyes del pasado, que nos observan desde las estrellas, se comunican por el viento y viven en nosotros. Que el pasado era parte de nosotros. Nuestras raíces, aciertos y errores, de los cuales siempre sacas una enseñanza, sea grave o no. Que la locura aparente podía ocultar tras de sí un ser espiritual, lleno de sabiduría y enseñanzas que dar. Que el pasado dolía, pero nos daba una lección para el futuro. Que lo que buscamos determina nuestro camino. Que siempre debemos ir más allá de lo que vemos.

Gracias Rafiki por ser ese viejo loco que tanto nos enseñó.

lunes, 20 de junio de 2016

Reseñas: El fuego en el que ardo (Mike Lightwood)

Datos
Título: El fuego en el que ardo
Título original: El fuego en el que ardo
Autor: Mike Lightwood
Año: 2016
País: España
Género: novela, juvenil, novela LGBT
Páginas: 379
Puntuación: 10

Sinopsis
Ser gay puede complicarte mucho la vida.

¿Todas esas películas y series que te cuentan lo maravilloso que es ser gay? ¿Estar rodeado de compañeros modernos en el instituto que te quieren como eres? ¿Padres que te apoyan incondicionalmente?

Todo mentira. La realidad no es ésa. Al menos, no la del protagonista de esta historia, que vive un auténtico infierno por culpa de aquéllos que no lo aceptan como es. Pero cuando las cosas se complican de verdad, conoce a un chico de ciudad con una visión del mundo completamente distinta. Con su ayuda, deberá escoger entre dejarse consumir por las llamas de quienes lo odian o renacer de sus propias cenizas.

Opinión
En esta reseña hablamos de la que es la primera novela del autor Mike Lightwood. Una novela de corte juvenil que toca un tema que, trágicamente, está en primicia todos los días: la homofobia. Y el autor consigue que se refleje toda esa realidad en casi cuatrocientas páginas.

La historia que nos relata es una historia terriblemente real. Una historia que, en este momento y mientras escribo estas líneas, están sufriendo miles de adolescentes en Occidente. En países que teóricamente son "tolerantes" y "civilizados", donde cualquiera puede ir de la mano con su pareja sin recibir a golpes las palabras MARICÓN o BOLLERA. Y recalquemos que eso ocurre en los países de occidente: pensad ahora en países donde se castiga la homosexualidad o la "propaganda gay" (no me gusta nada ese término, pero lo escribo para que todo el mundo entienda a qué me refiero).

Cada palabra escrita, cada capítulo encuadernado, no son más que reflejos de los golpes que el protagonista llega a sufrir en prácticamente cada capítulo. Llegas a meterte profundamente en su piel, seas de la orientación que seas y tengas la identidad que tengas. Comprendes todo lo que sufre Óscar, lo sientes, lo padeces. Personalmente, me llegó a costar leer algunas partes. Tenía miedo de la realidad que contaba y que se silenciaba.

Pero había algo que se escondía entre las líneas del texto: la esperanza. Una esperanza reflejada en muchos personajes, en muchas situaciones del libro, que hacía que me alegrara de lo que leía. Veía que la esperanza debía ser lo único que no debía perderse. Que a pesar de leer un capítulo en el cual todo acababa en desastre, deseabas leer el siguiente para ver si acababa bien. Todo ello sumado a que cada capítulo comenzaba con la letra de alguna canción (recomiendo leer cada capítulo con su canción mencionada).

Justo cuando acabé de leer el libro, lo cerré y me quedé completamente quieto. No sabía que reacción debía tomar, pues había sufrido muchísimas emociones a medida que lo iba leyendo, igual que el protagonista. Como si la historia leída fuera mi historia. Acabé sonriendo, a punto de llorar. El libro acaba de convertirse en uno de mis favoritos, principalmente por la dureza de la trama y el rayo de esperanza que soltaba en cada capítulo.

El día de la Feria del Libro de Madrid fui a que me lo firmara. Cuando me encontré frente al autor nos saludamos cordialmente. Yo iba acompañado de una amiga que había tenido el gran detalle de acompañarme mientras el resto del grupo iba a buscar a otro autor. Le di el libro parea que me lo firmara, y entonces comenzamos a hablar. Me comentó que le sonaba mucho mi cara, pero no sabía de donde, lo cual me extrañó, porque yo no le conocía de nada. Fue una conversación muy cordial y amistosa.

Cuando le pregunté sobre cómo comenzar a publicar un libro, me dijo que empezarlo sería muy difícil, pero que no debía dejarlo bajo ningún concepto. Finalmente acabamos haciéndonos una foto los dos juntos, y me dejó un bonito mensaje en el libro. La verdad es que fue un gustazo verle y conocerle, y ojalá volvamos a vernos en persona.

Yo le deseo que el libro tenga muchas ediciones y su éxito vaya en aumento. Y que siga publicando, que esteré encantado de leerle.

sábado, 18 de junio de 2016

La carrera

Llegaba a pensar que después de una caída, aparecería un fuerte dolor. Que la herida se abriría y comenzaría a sangrar. Que el dolor sería punzante, agudo e insoportable y comenzaría a llorar. Que el resto de personas, en vez de ayudarme, se reirían y no me darían la mano.

Fue entonces cuando una mano se acercó a mí. Detrás de ellas unos ojos sinceros y tranquilizantes. "Agárrate" me dijo. Preocupado y avergonzado, le hice caso. No me limpió las heridas, simplemente me miró. Quería curarlas, pero entonces me interrumpió: "deja que se vea, que sean las cicatrices de la caída, de tu lucha"

La contestación me dejó con una sonrisa dibujada en la cara. Desapareció entre la multitud, entre las risas que cada vez iban siendo más silenciosas, dejando paso a la incredulidad, a la extrañeza y, finalmente, a la indiferencia.

Y fue entonces cuando comencé a correr. A donde fuera, daba igual. Daba igual el camino y el tiempo. Daba igual las dificultades. Cantaría, saltaría, bailaría. Comenzaría una nueva carrera hacia mí, hacia mi destino.

Cayera las veces que cayera.

sábado, 28 de mayo de 2016

Hola...

Durante el día he estado totalmente apartado de la ciudad. Pedí el día libre en mi trabajo, y nada más levantarme salí de mi casa. Quería irme a mi pueblo de la infancia, a ver a un ser muy querido, a quien no había visto desde hacía años. 

Entré en el coche. Sabía que tenía un largo viaje por delante: tres horas ni más ni menos. Tampoco hice la maleta, a pesar de que iba a quedarme hasta mañana por la mañana. Sólo tenía una rosa blanca, suficiente para mí. 

Es extraño, pero hasta que no salí de la ciudad no comencé a sentir ese sentimiento llamado nostalgia. Juro que era la primera vez que sentía eso. No sé por qué. A lo mejor porque desde hace tiempo he querido olvidar muchas cosas. También porque sólo me preocupaba de mí, de mi trabajo. Esa sensación nueva era incómoda y placentera a la vez. Triste y alegre: la más rara de las sensaciones. 

Cada paisaje, cada árbol, hasta cada pueblo por el que cruzaba me traían cientos de recuerdos. Grandes recuerdos. Recuerdos de cuando era un crío de cuatro años, de cuando era un adolescente rebelde, recuerdos de mi juventud. Simplemente recuerdos. 

Todavía quedaba una hora para llegar. Estaba ansioso, pues pronto volvería a verla. Os juro que hacía años que no la veía, a pesar de que suene extraño, pero así fue. Pero la verdad es que no quiero recordar la forma en que me despedí de ella. 

Fue horrible. Me echaron en cara que ya no me preocupaba por mi familia, ni por mis amistades, ni por ella. Todos decían lo mismo. Que había sido un egoísta. Que desde que me fui del pueblo había cambiado y que ya no me preocupaba de quienes me rodeaban. En ese momento me enfadé bastante, y grité muchas cosas de las que ahora me arrepiento. Lo peor es que todo eso lo había escuchado ella, pero no pudo hacer nada. Seguía callada, sin moverse. Pero yo sabía que lloraba. 

Y es que era verdad. Me costó reconocerlo en su momento, pues era un joven que quería ver mundo y preocuparse solamente de sí mismo. Ahora por suerte he cambiado, y no creo que sea tarde para pedir disculpas a quienes tengo que darlas. Aunque hayan pasado años de eso. 

El viaje se me hizo bastante corto. Quise dar un recorrido por todo el pueblo antes de visitarla. Y así lo hice. 

No había cambiado nada. Seguía igual que hace diez años. Era igual de pequeño, con las mismas casas. La plaza seguía siendo igual de colorida, aunque la estatua del medio estaba algo estropeada. Todavía había niños jugando y ancianos hablando de los viejos tiempos. Me conmovía mucho esa escena. Cuántos recuerdos… Después del paseo, decidí que ya era hora de ir a visitarla. Vivía a las afueras del pueblo, casi a la frontera. Aparqué el coche enfrente de los grandes portones. Eran enormes, de color negro. Y estaban abiertas. Bastaba con un pequeño empujón para abrirlas. 

Era de mala educación entrar en el hogar de alguien sin avisar, pero supuse que seguiría habiendo confianza. El suelo era de piedra y en el pasillo había varias figuras religiosas: vírgenes, santos,..., una decoración algo excéntrica para ella, pues nunca había sido religiosa. El olor a flores impregnaba el aire, un olor muy agradable. Anduve hasta el final del pasillo. Luego giré un par de veces, hasta que por fin la hallé. 

Su nombre estaba escrito en letras doradas, y la imagen de la Virgen María sobre ella. La estatuilla era bien hermosa, pero no tanto como lo era ella. Le deposité la rosa blanca sobre la Virgen. Era su flor preferida, la más bonita de todas. Y no le quitaba la razón. Me quería quedar todo el día hablando con ella, hasta que anocheciera. Y con todo comencé: 

-Hola mamá.