sábado, 18 de junio de 2016

La carrera

Llegaba a pensar que después de una caída, aparecería un fuerte dolor. Que la herida se abriría y comenzaría a sangrar. Que el dolor sería punzante, agudo e insoportable y comenzaría a llorar. Que el resto de personas, en vez de ayudarme, se reirían y no me darían la mano.

Fue entonces cuando una mano se acercó a mí. Detrás de ellas unos ojos sinceros y tranquilizantes. "Agárrate" me dijo. Preocupado y avergonzado, le hice caso. No me limpió las heridas, simplemente me miró. Quería curarlas, pero entonces me interrumpió: "deja que se vea, que sean las cicatrices de la caída, de tu lucha"

La contestación me dejó con una sonrisa dibujada en la cara. Desapareció entre la multitud, entre las risas que cada vez iban siendo más silenciosas, dejando paso a la incredulidad, a la extrañeza y, finalmente, a la indiferencia.

Y fue entonces cuando comencé a correr. A donde fuera, daba igual. Daba igual el camino y el tiempo. Daba igual las dificultades. Cantaría, saltaría, bailaría. Comenzaría una nueva carrera hacia mí, hacia mi destino.

Cayera las veces que cayera.

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