Cuando paso por esos pasillos de baldosas blancas no puedo evitar recordar aquellos tiempos donde la inocencia era la base de nosotros. Era entrar en clase y querer jugar con todos los compañeros, llevarnos bien, buscar a un amigo y no a un enemigo. Era disfrutar de las matemáticas y de las letras como si de un juego se tratara. Cantar y bailar las notas musicales que de la gaita tan sonora salían. Escuchar cuentos e imaginar que nosotros éramos la bruja malvada, el príncipe azul o la princesa encerrada en la torre.
Aquellos eran tiempos de pura inocencia, de imaginación, de creatividad y de curiosidad. Es por ello que, muchas veces, cuando veo a los niños que bajan al recreo, me entre un sentimiento de envidia sana. Y cada día no dejo de pensar en esos años.
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