Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. El sonido del reloj era lo único que rompía el silencio. Un silencio incómodo. A veces era necesario que cualquier cosa hiciese algún ruido, por muy menos que sea, para que ese silencio se fuera. El tic tac iba acompañado de una respiración profunda, pero no era suya. Era de su acompañante. La misma que ahora dormía a su lado.
Estaba mirando hacia el techo, perdida en sus pensamientos. Acababa de pasar por una de sus mejores sensaciones. No. No era una de las mejores. Era la mejor. La mejor sensación que había tenido desde hace semanas, meses, o incluso años. Sí, desde hace años. Muchos.
Pero ahora esa sensación estaba desapareciendo, y otra más desagradable se iba acercando. Era de las más horribles. Sentía una culpabilidad muy grande, pero no entendía por qué. ¿Qué había hecho mal?, ¿estaba ahora haciendo algo malo? Siendo sincera a sí misma, no tenía una respuesta clara a esas preguntas que se hacía.
Puede ser que sí. Que lo que hacía era malo. El aprovechar la ausencia de tu marido para pasar una noche especial con ella. Le hacía daño, eso era verdad, pero ¿no merecía algo de cariño?, ¿un cariño que su propia pareja de matrimonio no le estaba dando?, entonces, ¿quién hacía mal?. Eran preguntas demasiado complejas que no podía resolver ahora.
Pero había sido maravilloso. Algo increíble. Las dos juntas uniéndose en un mismo ser. El roce de sus piernas, las caricias, los besos en el cuello, esas manos tocando su cuerpo desnudo. Y acabando en una unión acompañado de una mezcla de satisfacción y placer. Eso no se lo había dado nadie. En sus años de matrimonio su pareja no le había dado ni una sola muestra de cariño. Y ahora ella, la que estaba a su lado entre las sabanas, le había dado ese cariño que deseaba.
Notó que su acompañante se movía. Seguía dormida, pero ahora tenía su cara justo al lado. La miró, y no pudo evitar una sonrisa. Un rizo pelirrojo tapaba su ojo, y ella, con sumo cuidado para no despertarla, se lo colocó de forma correcta. Siguió mirándola. No tenía sueño. Podía estar así toda la noche, o incluso todo el día. No se cansaba. Comenzó a acariciar su hombro con un dedo, sin apartar su mirada de ella.
Se arrimó y le dio un pequeño beso en la frente. Se fijó en que ella, como si de una manera estuviese consciente de lo que sucedía a su alrededor, mostró una tímida sonrisa. "Me has hecho sentir" susurró, para no molestarla de su sueño. Se acercó más y la abrazó en la cama. Y no quería separarse. No la iban a separar de ella, por nada del mundo.
Estaba mirando hacia el techo, perdida en sus pensamientos. Acababa de pasar por una de sus mejores sensaciones. No. No era una de las mejores. Era la mejor. La mejor sensación que había tenido desde hace semanas, meses, o incluso años. Sí, desde hace años. Muchos.
Pero ahora esa sensación estaba desapareciendo, y otra más desagradable se iba acercando. Era de las más horribles. Sentía una culpabilidad muy grande, pero no entendía por qué. ¿Qué había hecho mal?, ¿estaba ahora haciendo algo malo? Siendo sincera a sí misma, no tenía una respuesta clara a esas preguntas que se hacía.
Puede ser que sí. Que lo que hacía era malo. El aprovechar la ausencia de tu marido para pasar una noche especial con ella. Le hacía daño, eso era verdad, pero ¿no merecía algo de cariño?, ¿un cariño que su propia pareja de matrimonio no le estaba dando?, entonces, ¿quién hacía mal?. Eran preguntas demasiado complejas que no podía resolver ahora.
Pero había sido maravilloso. Algo increíble. Las dos juntas uniéndose en un mismo ser. El roce de sus piernas, las caricias, los besos en el cuello, esas manos tocando su cuerpo desnudo. Y acabando en una unión acompañado de una mezcla de satisfacción y placer. Eso no se lo había dado nadie. En sus años de matrimonio su pareja no le había dado ni una sola muestra de cariño. Y ahora ella, la que estaba a su lado entre las sabanas, le había dado ese cariño que deseaba.
Notó que su acompañante se movía. Seguía dormida, pero ahora tenía su cara justo al lado. La miró, y no pudo evitar una sonrisa. Un rizo pelirrojo tapaba su ojo, y ella, con sumo cuidado para no despertarla, se lo colocó de forma correcta. Siguió mirándola. No tenía sueño. Podía estar así toda la noche, o incluso todo el día. No se cansaba. Comenzó a acariciar su hombro con un dedo, sin apartar su mirada de ella.
Se arrimó y le dio un pequeño beso en la frente. Se fijó en que ella, como si de una manera estuviese consciente de lo que sucedía a su alrededor, mostró una tímida sonrisa. "Me has hecho sentir" susurró, para no molestarla de su sueño. Se acercó más y la abrazó en la cama. Y no quería separarse. No la iban a separar de ella, por nada del mundo.
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