Hubo una vez un simpático mandril me enseñó a mí (y a muchos) que podíamos llegar a ser seres inmortales. Que cuando una persona se va no lo hace para siempre, que siempre está con nosotros. Que un adiós quiere decir un "hasta luego". Que nuestras almas nos conectan con los reyes del pasado, que nos observan desde las estrellas, se comunican por el viento y viven en nosotros. Que el pasado era parte de nosotros. Nuestras raíces, aciertos y errores, de los cuales siempre sacas una enseñanza, sea grave o no. Que la locura aparente podía ocultar tras de sí un ser espiritual, lleno de sabiduría y enseñanzas que dar. Que el pasado dolía, pero nos daba una lección para el futuro. Que lo que buscamos determina nuestro camino. Que siempre debemos ir más allá de lo que vemos.
Gracias Rafiki por ser ese viejo loco que tanto nos enseñó.
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