Desnuda, me veo frente al espejo. Aún mi pelo no es suficientemente largo, y todavía me quedan muchos centímetros para que llegue a mi cintura, pero no me importa. Puedo hacerme un moño con el pelo que tengo, y es suficiente para mí.
En mi cara aún sigo viendo rastros de masculinidad. Mis pómulos siguen siendo fuertes, y no delicados y finos como yo querría, pero no me importa. Los cambios que sufro son rápidos, y en unas semanas ya tendré el rostro que quiero.
Mi cuerpo sigue teniendo características de un hombre. Mis pechos no están del todo desarrollados, y mis brazos todavía son bastante gruesos, pero no me importa. Puedo disimularlo con jerséis y camisetas de manga larga. En unas semanas me operarán el pecho y mis brazos no serán tan grandes.
Me fijo que en mi cuerpo hay todavía algunas marcas. Golpes, arañazos, moratones..., ecuelas de una vida pasada muy dura que, a día de hoy, aún sigo sufriendo. No me dejan ser quien quiero ser.
Pero, ¿sabéis qué? Que no me importa en absoluto. Cada día soy aún más fliz. Pronto tendré el cuerpo que he querido desde niña (o niño). Pronto la gente me aceptará y me respetará. Pronto no tendré que pedir disculpas a la gente por hacer lo que quiero hacer. Pronto todo mejorará.
Y aunque aún no esté lo suficientemente avanzada como para que me definen como mujer, yo me considero así. No hace falta tener una vagina ni pechos para sentirte ni ser mujer. Ser mujer es algo más que todo eso. Es ser tú misma.
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