Ya no puede ocurrir nada malo. O eso es lo que espero. Y el día no podía ser peor, aunque era lo que me tocaba a menudo. Alumnos que no te escuchan, problemas con otros profesores por culpa de un alumno problemático, que los padres me echen la culpa de que su hijo suspenda..., todas esas cosas que ya me empiezan a cansar. Ya lo único que quiero es llegar a casa y que se pase el día.
Salgo del edificio, con el maletín bajo el brazo. Cruzo todo el patio hasta la salida, abriéndome entre adolescentes con la euforia en las nubes al saber que ya salían del instituto. Se quejan mucho de él, pero soy yo el que tengo más derecho a quejarme.
Consigo salir del lugar, y empiezo a caminar calle abajo. Las nubes comienzan a volverse negras y más grandes. Espero que no llueva, porque ni siquiera me he traído un paraguas. Aunque tampoco hago el esfuerzo de andar más rápido para llegar antes a casa. Será el cansancio, será la pereza, o directamente porque no me da la real gana. Miro hacia abajo, todo el rato, para ver por donde piso y así no caerme o pisar alguna mierda de perro. No quiero el día me siga saliendo mal, ya ha sido suficiente por hoy.
Un pequeño punto aparece en el suelo. ¿De qué es?. Ahora aparecen dos, otros cuatro, seis, diez, doce,...Noto como unas pequeñas gotas caen en mi mano. Es agua. Está lloviendo. Mierda, y no tengo un paraguas. Me voy a mojar entero. ¿Pero qué más va a pasarme?.
Rápidamente cojo el maletín y me lo sujeto sobre mi cabeza, a modo de protección. El maletín se mojará, pero no los papeles que llevo dentro. Al menos, eso espero. Cada vez ando más deprisa, con cuidado de no resbalarme o tropezarme y caerme sobre un charco de agua, o peor aún, de barro, y mancharme todo el vestuario.
El maletín me mantiene seco la cabeza, pero las gotas de lluvia van cayendo sobre el resto del cuerpo. El maletín no me protege en absoluto, porque aunque tenga seca la cabeza, el esto lo tengo empapado. Ahora que lo pienso, es una estupidez protegerme con eso. Todo me sale mal, ni siquiera puedo protegerme de la lluvia. Esa asquerosa lluvia que ya ha sido la punta del iceberg, que ya ha sido la gota que colmaba el vaso, que...que en realidad no me había hecho nada.
Me paro. Mi mano izquierda deja de sujetar el maletín y toca la lluvia. Noto como las gotas caen sobre la palma, y van moviéndose sobre mi mano. No me hacen daño, solo me mojan, y me refrescan. Nada malo. En realidad, es todo lo contrario. Es inofensiva. Prácticamente, es lo único que no me ha hecho daño, o me ha molestado hoy. Ella no ha tenido nada de culpa de mi mal día.
Apartó mi maletín de la cabeza. cientos de gotitas comienzan a caer sobre mi pelo. Una de ellas pasa sobre mi barba. Me produce un agradable cosquilleo, que me relaja, me refresca. Empiezo a sonreír, y esa sonrisa comienza a abrirse, y a salir de ella una pequeña risa.
Comienzo a caminar despacio, sin ninguna protección contra la lluvia. Sí, así, muy bien. Deja que la lluvia te moje. Déjala que caiga. Juega con ella. Sí. Eso es. Juega. Canta. Baila. Alégrate.
Cada vez camino más rápido. Comienzo a correr, y doy un gran salto. Sigo corriendo. Cada vez más deprisa. No importa si me caigo, da igual, solo es agua. Doy una vuelta, y otra más, luego un salto. Veo un charco a lo lejos. Como si fuese un niño, cojo carrerilla, salto y aterrizo sobre el charco. Es tan fuerte, que llega a salpicar a varios pájaros. A éstos no les importa, se sacuden un poco y comienzan a volar. Me vuelvo a reír como un tonto.
Sigo corriendo, sigo saltando, doy vueltas. Es como si estuviese bailando. Estoy bailando. Bailando bajo la lluvia. Me da igual lo que pase a mi alrededor. La lluvia es mi amiga, y yo bailo para ella. Sí. Seguiré bailando hasta que salga la luz del sol. Dejaré que caiga al lluvia, que me toque porque, a fin de cuentas, la lluvia no me hace ningún daño.
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