Todo fue rápido. Ocurrió en una milésima de segundo, puede que incluso menos. Ni siquiera recuerdo lo que pasó exactamente. Solo recuerdo que iba caminando, y de repente se hizo la oscuridad. Todo era muy oscuro. Solo podía escuchar unas voces que decían cosas como "llamad a una ambulancia", "Dios mío", "intentad reanimarla".
¿Reanimar a quién?¿que estaba pasando?¿se referían a mí?, muchas preguntas sin su respuesta. Seguía la oscuridad. Pude escuchar la sirena de una ambulancia. Mucha gente corriendo, alguna que otra mujer gritando. Lo único que sabía es que había ocurrido algo grave, que creaba mucha confusión.
Mis ojos pudieron abrirse. Delante de mí estaba un hombre. Estaba sudando, muy nervioso, y gritaba a la gente de alrededor. Con uno de esos aparatos eléctricos intentaba reanimarme. Pero yo estaba despierta, ¿cómo no se daba cuenta? estaba haciendo un trabajo inútil.
Me incorporé y empecé a hablarle:
-Señor, estoy bien-pero el hombre no reaccionó. Volví a llamarlo.
-Señor, oiga, estoy viva, que...-cuando le toqué el hombro, mi mano traspasó.
Me miré la mano. No había nada raro. Me levanté de la camilla, mientras continuaba mirándome la mano. No sé si es que estaba en shok, perdida o impresionaba, pero no me percaté de la gravedad del asunto, ni siquiera de que yo estaba involucrada en él.
-¡Está muerta!.
Muerta, la palabra se me clavó en el pecho. No podía creerlo. Estaba muerta, inerte, sin vida. Me giré, con la curiosidad de saber qué era lo que pasaba. El hombre que intentó reanimarme se apartó, llevándose la mano en la cara. Quizá para limpiarse las lágrimas al ver que no pudo salvarme. Otro sanitario puso una sabana sobre mi cuerpo. Confirmaba que estaba muerta.
De mis ojos comenzaron a caer lágrimas. No quería dejar de pertenecer a este mundo. Todavía me quedaba mucho. ¿Por qué a mí?¿qué me va a pasar ahora? y lo que más me preocupaba, ¿que le sucederá a mi familia?
Mientras lloraba, todo lo que había a mi alrededor desapareció. Todo se volvió blanco. No había ni un alma, estaba completamente sola, lo que hizo que aumentase mis llantos. Tenía miedo, pero que mucho miedo. Seguía cuestionándome muchas cosas, quería saber que iba a pasarme ahora. Seguía llorando, cada vez más y más, con más miedo, más temor.
-¿Por qué lloras?-oí una voz detrás de mí. Me giré para localizar aquella voz.
-Cuéntame, ¿qué te ocurre?-la que hablaba era una mujer muy joven, casi con el aspecto de una niña.
Tenía el pelo rubio, los ojos azules y unas mejillas muy rosadas. Al ver su aspecto me relajé, aunque continué con el miedo.
Tenía el pelo rubio, los ojos azules y unas mejillas muy rosadas. Al ver su aspecto me relajé, aunque continué con el miedo.
-¿No lo ves?-le contesté-estoy muerta. He perdido todo lo que amaba.
-Eso es lo que tiene la muerte. Pero a todo el mundo le llega, tarde o temprano-ella seguía sonriendo, aún viéndome sufrir.
-Ya, pero, ¿por qué a mí?
-La muerte llega-esa fue la respuesta.
No supe como contestarla, simplemente incliné la cabeza hacia abajo.
-Tenemos que irnos ya. Agárrate de mi mano y sígueme.
Ella me agarró de la mano, pero yo me resistí. Seguía preocupada, y muy angustiada. No podía irme completamente sin despedirme. Comencé a llorar aún más.
-Pero no llores, dime qué te ocurre-intentaba tranquilizarme acariciándome el hombro. Yo me sequé los ojos, e intenté hablar. Hablé despacio, para evitar que se me cortase la voz.
-Es que...no sé...no quiero irme sin saber lo que...
-Lo que le pasará a tu familia verdad-sorprendida, asentí-no te preocupes. Podemos comprobarlo, yo te daré unos minutos para despedirte. Pero tranquila, que no les sucederá nada malo.
-¿Los volveré a ver?-pregunté.
-Cuando llegue su turno.
Me tendió la mano, con la cual yo junté la mía. De pronto, todo el blanco desapareció, dando lugar a una sala llena de muebles. Lo identifiqué bien, era mi salón, aunque un poco cambiado. Pero sí, estaba en mi propia casa.
-Esta es tu casa-me dijo.
Yo asentí con la cabeza. Miré a todos los lados, asombrada. Mi mirada se fijó en una mujer sentada, leyendo lo que parecía ser un cuento. La mujer era muy hermosa y joven, con el pelo castaño y liso que caía sobre sus hombros, además de poseer unos grandes ojos color aceituna.
-¿Quién es?-le pregunté al ángel.
-Es la futura mujer de tu marido, y madrastra de tu hija. Es una buena mujer, de eso puedes estar segura.
Yo suspiré tranquila. Mi familia iba a rehacer su vida, con otra mujer.
-¿Dónde está mi hija?
Me señaló el sofá. Me acerqué poco a poco. Tumbada, con una manta encima, estaba mi hija. Ya no era un bebé de dos años, ahora era una niña de ocho, muy hermosa. Estaba durmiendo, agarrada a un mono de peluche, el cual yo se lo regalé cuando cumplió un año. La mujer le estaba leyendo su cuento favorito: La Bella Durmiente del Bosque.
Al ver esta escena no pude evitar que una lágrima cayese sobre mi mejilla.
La mujer terminó de leer el cuento. Se levantó y se dirigió a un hombre que se acercaba. Era mi marido. Los dos se besaron. Mi marido cogió una foto que había sobre la estantería. Era una foto nuestra, durante nuestra luna de miel. Su cara pasó a ser una más triste.
-La echas de menos, ¿verdad?-le preguntó su esposa. Este afirmó la cabeza. Para animarlo, ella le dio un beso en la mejilla mientras continuaron viendo la foto.
-¿Ahora estás más tranquila?-me preguntó el ángel.
-Sí, pero antes déjame hacer una cosa.
Me acerqué a mi hija, le aparté el pelo de la frente y la besé: "Espero que crezcas siendo una buena chica". Después me dirigí a mi marido, al cual le dí un beso en la mejilla. Le susurré al oído un "te quiero". Le di otro beso en la mejilla a la mujer, a la cual le hice una petición: "ámalos y cuídalos bien".
Me alejé de ellos. El ángel me tendió la mano. Segura de mí misma le tendí la mía. Pronuncié un último adiós antes de desaparecer de aquella habitación, sabiendo que ahora no tendría nada que temer.
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