Me levanté hace bastante tiempo, o eso creo. No sé si ha sido una hora, media, o incluso cinco minutos que se me hacían eternos. No lo sabía, y tampoco me importaba, pues lo que me quedaba de día iba a ser mucho más largo. Muchísimo más largo.
Me levanté con muy pocas ganas, pero no era por el sueño, pues no tenía. Al levantarme fui a la cocina para beber un vaso de agua, aunque no bebí demasiado. Estaba solo en la casa. Mis padres ya habían salido de casa, y no volverían hasta la tarde, o incluso la noche. Me dirigí al baño para comenzar a ducharme, y al desnudarme me miro al espejo.
Me observé pequeños golpes en la cadera y en el hombro. Eran pequeños, pero aún así me causaban mucha molestia aunque no me inmutaba ni nada, pues ya estaba acostumbrado. No me quería mirar demasiado tiempo, así que rápidamente me metí en la ducha. Abrí el grifo y dejé que las gotas de agua caliente cayesen sobre mi rostro. Era una sensación muy agradable. Si de mi dependiera, y el tiempo no lo impidiese, podría quedarme ahí todo el día, quizá todo el año, quizá toda la vida. Pero debía salir y continuar con el día, aunque mis ganas fueran mínimas.
Rápidamente me sequé y me peiné el pelo corto. No me peinaba demasiado, pues lo máximo fue levantarme el flequillo hacia arriba y arreglármelo un poco con las manos. Me veía en el espejo con ese peinado, y me gustaba. Quizá fuese un peinado de "maricones", pero me gustaba y no quería quitármelo.
La vestimenta que elegí era simple. Cogí el mismo vaquero que usé el día anterior de un color oscuro, una camiseta blanca y una sudadera con cremallera de un color rojo oscuro. A pesar de ser mu simple, era la sudadera que más me gustaba, y de las pocas que no acababan rotas o escupidas al volver del instituto.
Salí de casa, no sin antes haberme tomado una manzana para desayunar. De camino al instituto, intentaba ir por otros caminos. Quería momentos solitarios para mí y mis pensamientos, y lo último que quería era que los imbéciles de turnos viniesen y empezasen a molestarme. Y yo, como siempre, me callaría.
Al llegar al instituto, me siento a esperar en un banco hasta que nos dejen entrar en el edificio. No dirijo la mirada a nadie, y tampoco los demás quieren hacerlo, aunque hay unas excepciones de gente mirándome y riéndose. Soy invisible para algunos, pero sólo me quieren ver si es para reírse o hacer algún comentario gracioso; eso sí, yo nunca le veo la gracia, aunque mi opinión para ellos no importa mucho.
Cuando comienzan las clases, todo seguía igual. Atendía en clase, aunque no hablaba mucho. No me atrevía a responder a preguntas que si sabía y que el resto no sabía. Ahora bien, yo tenía que ser el tonto de la clase y no puedo responder a nada. Y si acertaba una pregunta o aprobaba un examen con nota, daban por hecho que le había hecho alguna "mamada" al profesor. Pero esas cosas eran lo mínimo que me podían decir. Siempre se pasaban.
Las clases de la mañana acabaron, y tocaba bajar al recreo. Mientras los demás hablaban con amigos, paseaban por las zonas o realizaban partidos con otras clases, yo me sentaba en un banco y empezaba a leer. Eran momentos de abandono del mundo actual y viajar con los libros a otros mundos o épocas, sumergirme en sus historias y desear pertenecer a ellas. Pero mi paz de ese momento no duraría mucho.
Tres chicos se pararon delante de mí y me tiraron el libro al suelo. Ellos comenzaron a reírse, y yo me limité simplemente a coger el libro y buscar la página donde iba leyendo, Quería que me dejaran en paz, pero ellos querían seguir el juego. Volvieron a tirarme el libro, y seguían riéndose:
-¿Por qué no me dejáis en paz?
Inmediatamente se pararon. El más alto se acercó a mí, con una mirada desafiante y burlona a la vez.
-A mí un gay no me va a decir lo que hacer, ¿te enteras? Si te tiro el libro es porque me sale de ahí.
-Claro, como no tu mente es corta tiras los libros por no saber leerlos.
Tal vez me pasase con ese comentario. Me arrepentiría más tarde, pero ya no me importaba nada.
Inmediatamente comenzó a gritarme. Y mientras me levantaba, dispuesto a alejarme, noto como uno de los tres me da en la pierna y me hace caer. Acto seguido otro me dio una patada cuando caía al suelo. Quería gritar, pues el dolor era insoportable. Noté otras dos patadas en la espalda, lo que hizo que unas lágrimas cayeran de mis ojos. Lo último que oí fue "maricón", e inmediatamente se fueron. Me incorporé y me senté en el suelo. Posé sobre mis rodillas mis cabezas, mientras comenzaba a llorar. No paré, ni quería parar. No entendía todo por lo que pasaba, por no ser como ellos, por no gustarme lo que a ellos. A diferencia de muchos, a mis dieciséis podía mostrarme como era, pero nadie quería que lo hiciera. Sufría todo esto por ser como era y mostrarlo al mundo. No era mi culpa, pero parecía que lo fuera, y me hacía sentir que así era.
Lo único que quería era ponerle punto y final a todo esto.
Me observé pequeños golpes en la cadera y en el hombro. Eran pequeños, pero aún así me causaban mucha molestia aunque no me inmutaba ni nada, pues ya estaba acostumbrado. No me quería mirar demasiado tiempo, así que rápidamente me metí en la ducha. Abrí el grifo y dejé que las gotas de agua caliente cayesen sobre mi rostro. Era una sensación muy agradable. Si de mi dependiera, y el tiempo no lo impidiese, podría quedarme ahí todo el día, quizá todo el año, quizá toda la vida. Pero debía salir y continuar con el día, aunque mis ganas fueran mínimas.
Rápidamente me sequé y me peiné el pelo corto. No me peinaba demasiado, pues lo máximo fue levantarme el flequillo hacia arriba y arreglármelo un poco con las manos. Me veía en el espejo con ese peinado, y me gustaba. Quizá fuese un peinado de "maricones", pero me gustaba y no quería quitármelo.
La vestimenta que elegí era simple. Cogí el mismo vaquero que usé el día anterior de un color oscuro, una camiseta blanca y una sudadera con cremallera de un color rojo oscuro. A pesar de ser mu simple, era la sudadera que más me gustaba, y de las pocas que no acababan rotas o escupidas al volver del instituto.
Salí de casa, no sin antes haberme tomado una manzana para desayunar. De camino al instituto, intentaba ir por otros caminos. Quería momentos solitarios para mí y mis pensamientos, y lo último que quería era que los imbéciles de turnos viniesen y empezasen a molestarme. Y yo, como siempre, me callaría.
Al llegar al instituto, me siento a esperar en un banco hasta que nos dejen entrar en el edificio. No dirijo la mirada a nadie, y tampoco los demás quieren hacerlo, aunque hay unas excepciones de gente mirándome y riéndose. Soy invisible para algunos, pero sólo me quieren ver si es para reírse o hacer algún comentario gracioso; eso sí, yo nunca le veo la gracia, aunque mi opinión para ellos no importa mucho.
Cuando comienzan las clases, todo seguía igual. Atendía en clase, aunque no hablaba mucho. No me atrevía a responder a preguntas que si sabía y que el resto no sabía. Ahora bien, yo tenía que ser el tonto de la clase y no puedo responder a nada. Y si acertaba una pregunta o aprobaba un examen con nota, daban por hecho que le había hecho alguna "mamada" al profesor. Pero esas cosas eran lo mínimo que me podían decir. Siempre se pasaban.
Las clases de la mañana acabaron, y tocaba bajar al recreo. Mientras los demás hablaban con amigos, paseaban por las zonas o realizaban partidos con otras clases, yo me sentaba en un banco y empezaba a leer. Eran momentos de abandono del mundo actual y viajar con los libros a otros mundos o épocas, sumergirme en sus historias y desear pertenecer a ellas. Pero mi paz de ese momento no duraría mucho.
Tres chicos se pararon delante de mí y me tiraron el libro al suelo. Ellos comenzaron a reírse, y yo me limité simplemente a coger el libro y buscar la página donde iba leyendo, Quería que me dejaran en paz, pero ellos querían seguir el juego. Volvieron a tirarme el libro, y seguían riéndose:
-¿Por qué no me dejáis en paz?
Inmediatamente se pararon. El más alto se acercó a mí, con una mirada desafiante y burlona a la vez.
-A mí un gay no me va a decir lo que hacer, ¿te enteras? Si te tiro el libro es porque me sale de ahí.
-Claro, como no tu mente es corta tiras los libros por no saber leerlos.
Tal vez me pasase con ese comentario. Me arrepentiría más tarde, pero ya no me importaba nada.
Inmediatamente comenzó a gritarme. Y mientras me levantaba, dispuesto a alejarme, noto como uno de los tres me da en la pierna y me hace caer. Acto seguido otro me dio una patada cuando caía al suelo. Quería gritar, pues el dolor era insoportable. Noté otras dos patadas en la espalda, lo que hizo que unas lágrimas cayeran de mis ojos. Lo último que oí fue "maricón", e inmediatamente se fueron. Me incorporé y me senté en el suelo. Posé sobre mis rodillas mis cabezas, mientras comenzaba a llorar. No paré, ni quería parar. No entendía todo por lo que pasaba, por no ser como ellos, por no gustarme lo que a ellos. A diferencia de muchos, a mis dieciséis podía mostrarme como era, pero nadie quería que lo hiciera. Sufría todo esto por ser como era y mostrarlo al mundo. No era mi culpa, pero parecía que lo fuera, y me hacía sentir que así era.
Lo único que quería era ponerle punto y final a todo esto.